Comentario
En las naciones activamente beligerantes, la guerra trajo consigo un considerable aumento del empleo. En Estados Unidos fue del 14 por 100 entre 1940 y 1943; en Gran Bretaña, entre 1939 y 1943, de un 14,5 por 100; en Canadá, también de un 14 por 100. Quedaron absorbidos los parados, las mujeres, los ancianos, los niños en ocasiones y, con frecuencia, los extranjeros.
El caso británico es, de nuevo, digno de atención. En junio de 1940 había aún, aproximadamente, un millón de personas en paro; a fin de año se elaboró, por primera vez, un plan general de utilización de la mano de obra. En julio de 1941, la mitad de la población activa estaba empleada en las industrias de guerra, o se hallaba movilizada. El llamamiento a los irlandeses y, sobre todo, a las mujeres -especialmente las casadas- vino enseguida.
En efecto, el 80 por 100 del aumento de empleo quedó cubierto por mujeres que nunca habían trabajado fuera de casa, que se dedicaban a su hogar, o al servicio doméstico. Dos millones y medio de ellas pasaron a las fábricas, hacia las que el Estado encaminó, con medidas de carácter obligatorio, a las jóvenes solteras, política seguida por Japón en 1942. Importante fue también la participación de la mujer norteamericana en la producción de guerra, pero no la de la mujer alemana, por ejemplo, destinada por el Führer a la preservación de la raza aria y a la aglutinación de la familia.
Para Alemania, por el contrario, cobró verdadera trascendencia la explotación del trabajo extranjero. Pese a todos los matices posibles, los medios de dominación y control impuestos por los nazis respondían a un mecanismo sencillo: ocupación militar y control policiaco, propaganda, e incitación a la colaboración.
La incorporación del trabajo extranjero a su propia economía de guerra comenzó ya con la toma de Polonia y la invasión de Francia. En uno y otro caso, los trabajadores polacos y franceses fueron destinados, especialmente, a la agricultura, y los rusos a las minas.
Lógicamente, sin embargo, la mayor absorción de civiles extranjeros se produjo en la industria. En 1944, un 30 por 100 de éstos se dedicaba a la producción de armamento, en tanto que un 25 por 100 de la fuerza de trabajo empleada por Alemania en la química y la fabricación de maquinaria procedía del extranjero.
Fritz Sauckel, con poderes de plenipotenciario para el Trabajo del III Reich, acudió personalmente a reclutarlos, utilizando para ello el dinero, la emigración forzosa, las deportaciones y, por supuesto, los campos de concentración.
En Francia se entendió la ocupación como una ayuda inestimable para los alemanes. De allí había que obtener un importante aporte económico al esfuerzo de guerra. Toda la economía francesa, además de un fuerte tributo de guerra, se puso al servicio del ocupante; incluso detrajo mano de obra para exportarla a las fábricas alemanas en territorio del Reich.
Primero fueron los prisioneros de guerra, pero pronto se pidieron voluntarios, expulsados de Francia por la persistencia del desempleo y el cierre de las fábricas francesas. A veces los salarios eran, incluso, elevados. No siendo suficiente sin embargo, pronto se ofreció el canje de un prisionero por tres voluntarios. Y, por último, Laval cedió a la presión de Sauckel, y se creó el Service du Travail Obligatoire (STO), que posibilitaba el envío a Alemania, como trabajadores, de todos los jóvenes nacidos en Francia entre 1920 y 1922.
Las relativas compensaciones que los habitantes del Oeste obtuvieron de ello no las consiguieron los europeos del Este. En los países eslavos el trabajo forzado se impuso a rajatabla, sin invitación, y con el mayor desgarro. En cuanto a la reserva proporcionada por los prisioneros de guerra, si los occidentales fueron tratados con relativa flexibilidad, los prisioneros del Este, polacos y rusos, quedaron abandonados a su suerte, expuestos a las bajas temperaturas y a la muerte por inanición o por agotamiento en los campos de trabajo.
Todo era, sin embargo, poco para la voraz maquinaria del Reich. Si Vichy proporcionó a Alemania 800.000 trabajadores a través del STO, lo cierto es que la demanda alemana se elevaba a 1.500.000. Italia, ya bajo la bota del ocupante, sufrió también su presión, abandonada la propaganda. Redadas y operaciones policiacas, siempre turbias, completaron los envíos.
La rudeza de los métodos fue mayor, como siempre, en el Este: 3.000.000 de soviéticos y 800.000 polacos la experimentaron en su propia carne. A finales de 1944, 7.500.000 trabajadores, reclutados de manera violenta en su mayoría, producían para el esfuerzo bélico de Hitler.
Al contrario de lo ocurrido, por ejemplo, en Gran Bretaña, en Alemania los salarios, fijados como estaban junto a los precios, apenas aumentaron con la guerra, aunque parece detectarse una ligera elevación de los salarios reales. En los países democráticos, los Gobiernos aceptaron la mayor representatividad y juego de los sindicatos a cambio de una colaboración en el esfuerzo de guerra, se prolongaron las jornadas laborales y disminuyeron las huelgas.
Ciertas mejoras laborales llegaron con la guerra, y los trabajadores se afiliaron de nuevo a los sindicatos para obtenerlas. Las huelgas también hicieron su aparición ahora, por más que en Gran Bretaña se hallasen fuera de la ley.
La respuesta de los Gobiernos, con la intervención del Ejército y la militarización, fue frecuente, incluso en Estados Unidos, donde las 3.000 huelgas de 1942 se triplicaron un año después, con la pérdida consiguiente de 13,5 millones de días de trabajo.
La huelga, pues, tampoco estuvo ausente de la vida de los trabajadores que producían para el esfuerzo bélico. Aunque ello no supuso, evidentemente, respuesta espontánea a la llamada, arrumbada ahora, del internacionalismo proletario.
Ya en 1941, en plena guerra de expansión nazi, las Trade Unions alentaron a la resistencia a quienes se hallaban en territorio ocupado, a través de un acercamiento (Congreso de Edimburgo) con los representantes del proletariado soviético. "Se acerca la definitiva y total derrota de los ejércitos hitlerianos -se dijo allí-. Nuestro comité sindical anglosoviético os llama a reforzar la lucha para precipitar el derrumbamiento del hitlerismo. Trabajad, pues, de manera que cada día se produzca menos armamento para la Alemania hitleriana. Haced todo lo posible para retardar el trabajo de las máquinas. Haced todo lo que podáis para estropear el armamento que os veis obligados a producir. Procurad que los tanques, aviones y autos blindados producidos por vosotros se inutilicen rápidamente. Haced que las minas y proyectiles no estallen; desorganizad el transporte que traslada a los bandidos hitlerianos, las municiones y el armamento que emplean contra vosotros y nosotros. Destruid todo lo que podáis, todo lo que ayuda a Hitler. Recordad que la guerra contra Hitler es una guerra justa".
Londres era, de este modo, escenario de buena parte del esfuerzo por recuperar la iniciativa proletaria. Todavía en las sesiones de trabajo de febrero del 45 el ruido de los V2 perturbaba el ánimo de los asistentes.